martes, 29 de julio de 2008

El clús de los idiotas

¡Cómo detestaba a esa prole de idiotas que merodeaban por las playas del país con las gafas en la nuca! Había intentado analizar el por qué de semejante comportamiento, pero era incapaz de darle una explicación lógica a todo eso.

Tras años de minucioso análisis de las características humanas de dichos seres, Q. había llegado a la conclusión de que sólo podía tratarse de seres con un grandísimo ego, tan grande que, sin darse cuenta, los ojos del otro se les habían desplazado hasta la nuca, lugar insólito para llevar, de adorno, un par de gafas de sol marca Gucci, y muestra fehaciente del amor profesado por su otro yo. ¡Ojalá se les quedaran pegadas para la eternidad!

¡Idiotas!

domingo, 27 de julio de 2008

In memoriam

Todo lo que la rodeaba desaparecería en cuestión de días. No sabía con certeza todavía cuántos días quedaban para que todo cayera en el olvido.


Al entrar en su reino, sintió una tranquilidad absoluta, y no sintió miedo, al contrario, sintió fantasia. Lo que la rodeaba no era gran cosa, pero había sido su espacio durante casi 4 años, y lo adoraba. Tal vez había momentos, guardados ya en el cajón trasero de la memoria, que no habían sido tan placenteros, ni dignos de recordar. Pero esas cuatro paredes la habían acompañado taciturnamente durante sus hazañas; la habían visto crecer.


J. tenía sólo 19 años cuando lo vio por vez primera, y ahora ya contaba con 23. Un año, en la vida de alguien que puede llegar a vivir ochenta y tantos, no es nada. J. recordaba con lucidez aquellas conversaciones al rededor de una buena cena, en las que T. le contaba sobre la evolución de la especie. ¿Por qué sentía curiosidad por esas conversaciones? Al fin y al cabo, T. hablaba largo y tendido, de cosas que J. no se había planteado jamás. Tal vez echaría en falta esas cenas, tal vez no. J. se despedía de todo, inclusive de T.


J. cerraba un episodio de cinco años de su vida y, como muestra de ese cambio, la larga melena que J. había dejado crecer pacientemente, se caía al suelo un sábado por la mañana, amontonándose, como se amontonaban sus recuerdos de esos últimos cinco años. J. estaba convencida de que le esperaba una vida mejor, llena de alegrías. Se había mudado alguna que otra vez, pero nunca la sensación de liberación había sido tanta. J. había trascurrido cierto período de tiempo en la península itálica, pero tampoco aquella vez, al marchar, sintió que nada fuera a cambiar; simplemente era un puente. Pero ahora..., ahora era algo más que eso: J. pasaba página, recogía todas sus cosas, abandonaba todo y se iba a otro lugar, lejos de los recuerdos, lejos de los viejos tiempos.


Tal vez, seguro, echaría de menos a ese niño pelirrojo con el que suele frecuentar. ¡Ellos sí que se han visto crecer! ¡y cambiar! J. tenía la sensación de que R. la había moldeado, pero en realidad, se habían moldeado mútuamente, hasta el punto de confundirse, de complementarse, de acompañarse incluso cuando la distancia entre ambos era infinita. Lágrimas desde el otro lado del océano era una frase que no olvidaría jamás. Por ella salió corriendo bajo la lluvia con un único destino: la compra de una tarjeta internacional que le permitiera ponerse en contacto con su amigo R., y no lo consiguió; almenos hasta una hora más tarde y tras haber perdido su paraguas azul, tan necesario en esa ciudad provinciana de la Emilia Romaña donde J. moraba.


J. había llegado a casa, y al querer disfrutar de su noche a solas consigo misma, había puesto su cedé de chill out más preciado, había encendido unas velas que configuraban un triángulo bien dispuesto, y había abierto una botella de Rioja. Degustaba su ensalada, en la que había puesto queso brie -aquél queso que, desde la marcha de P. no visitaba mucho la nevera de aquella casa-, y sintió la necesidad imperante de escribir este relato, que dedico a algunas de las personas importantes que me han acompañado en mi periplo.

Os echaré de menos.


J.

viernes, 18 de julio de 2008

EL CÍRCULO SILENCIOSO DE LA TRADUCCIÓN

Empecé mi actividad profesional un año antes de licenciarme. Para aquél entonces no me auguraba un futuro a corto plazo excelente, porque sabía que todavía no disponía de las armas necesarias para defenderme del gran león que me esperaba ahí afuera.

Valoré tres mil formas distintas de darme a conocer en este pequeño mundo de la traducción, tan inaccesible a cualquier traductor novel que ya de entrada no cumple con los requisitos que los grandes establecen. ¿Cómo puede un traductor recién licenciado acceder a cualquier tipo de trabajo para el que se necesita un mínimo de tres años de experiencia más cinco áreas distintas de especialidad si ni tan siquiera alguno de los grandes se digna a abrirle las puertas? Desde aquí invito a los que ahora están montados en el dólar de la traducción a que hagan un pequeño ejercicio de reflexión y recuerden sus humildes inicios en esta profesión.

A fecha de hoy los únicos clientes que han confiado en mi profesionalidad aun a sabiendas de que no estaba tan siquiera licenciada son clientes directos. No puedo listar entre mi cartera de clientes a ninguna agencia de traducción. ¿Alguien puede aclararme por qué siento que los años que he invertido en mi formación no me han servido para nada? ¿Es que nadie quiere abrir los ojos ante la realidad y darse cuenta de que si nadie nos da trabajo porque no tenemos experiencia, nunca la vamos a tener?

En una suerte de revelación divina creí ver mi salvación en la afiliación a una de las asociaciones de traductores e intérpretes existentes en nuestro país. Si bien es cierto que en un principio deposité gran parte de mis esperanzas en dicha asociación, ahora también es cierto que no las he visto colmadas. El silencio y el oscurantismo nos persiguen allá donde vayamos. Incluso cuando nos asociamos y asistimos juntos a congresos y cursos de formación no hay el menor interés en establecer una red de contactos para una profesión tan solitaria como es la nuestra.
La aplicación de las tarifas, ese gran secreto que todo traductor que se precie guardará con gran recelo... ¡Yo hubiera pagado para que alguien me asesorara y no me permitiera rebajar tanto mis precios! ¿Por qué entre nosotros ese silencio? ¿No tenemos ya suficiente silencio encapsulado entre las cuatro paredes en las que trabajamos? ¿Por qué nos quejamos tanto del mal estado en el que se encuentra nuestra profesión y de lo mal que nos trata el mundo si luego nos tratamos peor entre nosotros?

domingo, 6 de julio de 2008

Vida paralela

- No puedes hacerme esto ahora. Por favor...
- Lo siento pequeña, no he podido evitarlo.
- No tengo palabras para definir lo que me estás haciendo, eres un cobarde. Cobarde por esconder la cabeza bajo el ala en este preciso momento. ¡Te exijo una explicación! - gritó ella mientras sentía como la sangre le iba hirviendo.
- ¡Maldita sea! No la tengo. Supongo que todo se terminó, no hay marcha atrás, ya no ahora. He estado esperando que de tus labios saliera un te necesito, te quiero. Pero no ha sido así. Me siento decepcionado por tu conducta, aunque sabes que sigo queriéndote, no puedo seguir a tu lado.
- Excusas de mal pagador. Aunque no quiero seguir torturándome con tu mierda. Tuya es y yo ya no la quiero en mi vida. Demasiadas veces te he escuchado, y ¿Para qué? ¡Absolutamente para nada! ¿Qué mierda de final es este para nuestra historia? ¿Pasamos página y cerramos este capítulo? ¿Sin más? - Elena sentía que todo el amor que le había dado no le había servido para nada, y a pesar de que Polo estaba ya fuera de su campo de visión, ella seguía gritando y lanzando preguntas a las que, con toda probabilidad, Polo no daría respuesta.
Se sentó por última vez en el sofá de Polo, y acarició al gato. Se encendió un cigarrillo mientras de fondo se escuchaba el agua de la ducha rebotar contra los cristales. Polo se estaba lavando la conciencia, de esto podía estar bien segura. Hubiera esperado a que Polo saliera de la ducha, pero de repente creyó conveniente dejarle sólo una nota, de recuerdo:
Polo:
Eres un mierda. Disfruta de tu puta vida paralela con alguien que esté dispuesto a soportarla. Yo ya no puedo más, me has agotado la paciencia.
Elena.
Dejó la nota en la entrada, al lado de la de la señora de la limpieza, y depositó en ella 10 euros. Casi cruzaba el umbral de la puerta cuando dio marcha atrás, y con el bolígrafo que Polo tenía descuidado en la mesita de la entrada, añadió a su nota:
PD: Quédatelos, es lo que una mujer cualquiera estaría dispuesta a pagarte, como mucho, por tu compañía.
Y salió sonriente, cerrando la puerta tras de sí, con el brillo en los ojos de quien empieza una nueva vida, lejos de Polo, y de toda situación similar a la que ese miserable le hizo vivir a tan temprana edad.