jueves, 1 de enero de 2009

Quería observar el beso y a la hermana que se acercaba sola hacia la puerta de casa. Probablemente le sucedía algo parecido, aunque sin una relación tan directa y fraternal.

Había llegado a su nuevo hogar hacía unos 6 meses, cuando todavía era un completo desconocido en el vecindario. Había llegado con su tono arrogante, su maleta de cuero medio llena y sus botas brillantes. Parecía un tipo odioso, y hubiera seguido siendo así de no ser por su insistencia en llamar a la puerta de S. a horas intempestivas de la noche.

R. y S. habian entrado en un juego casi placentero para ambos, aunque no por ello menos doloroso. El uno suplía con la otra la carencia de una tercera, mientras que la otra suplía la carencia de un tercero con la presencia del uno. Se miraban a los ojos y ambos pretendían encontrar en el otro un rasgo, por pequeño que fuera, un centelleo de los ojos, una mirada, una respiración, un olor, un gesto, lo que fuera, que se pareciera a lo que un día tuvieron y desgraciadamente (?) perdieron.

La relación resultaba par excellence, excitante. Las paredes del bloque parecían de papel, y el uno oía las respiraciones inconscientes, en el trascurso de las horas nocturnas, de la otra. La otra escuchaba el leve rumor del televisor prendido durante horas y horas, sin que tan siquiera eso significara la presencia del inquilino en la casa.

S. había llegado al punto de moverse por la casa como si los ojos de R. la estuvieran persiguiendo desde el otro lado de la pared, de ese papel fino que los ponía tan juntos y que a tal separación les subyugaba.

¿Cuánto tiempo hacía que los dedos de un varón no le recorrían la piel jugueteando, reconstruyéndole el mapa de su cuerpo? ¿Cuánto tiempo hacía que no sentía la leve respiración de un hombre acariciarle el cuello? ¿Cuánto tiempo hacía que nadie se despertaba a su lado, en mitad de la noche, y le olía el pelo? ¿Cuánto tiempo hacía que un hombre no la abrazaba con auténtica ternura? ¿Cuánto tiempo hacía que no preparaba un desayuno para dos? ¿Cuánto tiempo hacía que no se despertaba con el vapor matinal de la ducha de agua caliente de su amante? ¿Cuánto tiempo hacía que se había olvidado de su condición de mujer?

R. había entrado en la vida de S. por la puerta trasera, sin pedirle permiso, y había ido ocupando todos los rincones que ella guardaba recelosamente bajo llave. Se había adueñado de sus pensamientos, de sus gestos, de sus costumbres, de sus olores, de sus miradas, de sus sueños, de sus horas, de su ser.

S. languidecía a medida que R. ocupaba su intimidad. Su casa dejó de oler a ella, ya no le llegaba correspondencia, los repartidores de publicidad ya no llamaban a su puerta para que les abriera, las luces ya no se prendían, el agua ya no corría, los electrodomésticos habían dejando de funcionar, su yo era su él, y su él era sólo su él, con lo que S. desaparecía irremediablemente, se sumergía en la oscuridad. Ya nada tenía sentido.

Queria observar el beso, y el beso la observó a ella.

FIN

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