miércoles, 24 de diciembre de 2008

El regreso

Brrrrrr Brrrrr, rugía la caldera. Tenía las manos congeladas, pero una reconfortante taza de humeante café la acompañada bajo una luz tenue, la suficiente como para poder ver las teclas que inconscientemente aporreaba. Al lado de la taza de café, un cenicero rojo que le habían regalado escasos dos días antes, diseño de alguien famoso cuyo nombre no puede recordar. El cenicero de los solteros, de las grandes mentes, que se suponía que tenía que traerle suerte, en sus largas horas de trabajo (?). Ya que fumamos, fumemos con estilo, decía la tarjeta que lo acompañaba.

Habían pasado meses desde la despedida con vino y chill out. Estaba sola cuando escribió esas letras, y está sola ahora, en su despacho improvisado durante sus vacaciones.
Habían pasado varias cosas desde que se fue, pero el pasado siempre retorna, siempre.

No se había dado cuenta y ya había vuelto a casa, al calor del hogar, donde una chimenea se debatía entre las brasas, porque ella era incapaz de avivar el fuego; necesitaba a ese hombre que en su día describió como cansado y con forma de pera, para que le ayudara con esas tareas tan varoniles (?). Le había visto poco desde su regreso, a ese fondón de sonrisa tímida. Trabaja muchas horas, y esa había sido la tónica desde que ella tiene memoria. Al escribir esto no puede evitar recordar cuando vivían en su pisito, y ella tenía escasos 5 años. Él llegaba siempre a la hora de cenar, y les prestaba poca atención, pero porque estaba cansado, demasiado cansado. Pero gracias al fútbol, una vez en semana su padre la despertaba con los gritos de gooooooooool que seguían a un golazo del Dream Team. Entonces ella aprovechaba la excusa para salir del cuarto al que la habían mandado a dormir. Se dirigía tímida, aunque sonriente, hacia el comedor. Se sentaba al lado de ese señor barbudo, y le lloraba; le lloraba diciendo que no podía dormir, que no tenía sueño, que se quería quedar con él. Entonces él sacaba la caja de galletas, y se las daba. A ella le cambiamba el semblante, y con cara de vivaracha se reclinaba en su regazo, reía y reía y, a pesar de que el partido de fútbol ya había terminado y los ojitos de ese grandullón se iban cerrando, ella no paraba de comer galleta tras galleta, sonriendo, mirando a ese señor de piel oscura del que durante el día no podía gozar.

La situación no había cambiado mucho, clase obrera, hay que salir a trabajar. Llegó hace dos días a su casa y, a pesar de que gordinflón se había levantado temprano y debía volverlo a hacer, la esperó, aunque sólo fuera para darle un caluroso beso de bienvenida. Gracias, y más gracias.

Brrrr, brrrrr, seguía la caldera, y seguían sus manos frías como antes, el café ya no humeaba, y tal vez estaría hasta frío ahora que se decidía a darle un sorbo. El cenicero rojo, olía a rayos, con los cigarrillos apagados dentro de él.

Se había propuesto hacía unos días dejar de fumar, y lo hizo, durante escasas 48 horas. ¿Lo dejaría a su regreso a la isla? Es una incógnita que en un futuro descubrirán.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Polvo por doquier, ni rastro de un dedo pasado para comprobar que efectivamente ahí había polvo. Paredes desconchadas, ni rastro de una mano de pintura desde hacía al menos diez años. Lámparas sin bombillas, los cuadros descolgados en hilera en el suelo, castigados de cara a la pared, para que nadie pudiera adentrarse en la intimidad de quien en su día los colgó.

Un televisor roto, y la radio que emite ruido, ni rastro de una emisora, por poco digna que fuera. Un teléfono tirado en el sofá, al lado de un cenicero lleno de colillas. Olor a tabaco mal apagado.

Ruido de agua corriente. En la cocina el grifo está apagado. Una montaña de platos de la cena. Tal vez de una cena de hacía dos o tres días, el rojo del tomate estaba oscurecido, enganchado en los bordes de un plato rebañado con pan, pues se apreciaban las migas. Dos o tres tazas de café, con azucar pegado en el fondo, y una botella de ron vacía.

Ropa tirada en el suelo: unos calcetines blancos mugrientos, unas braguillas rojas y un sostén negro de encajes; unos pantalones de pijama, una camiseta vieja, y una goma roja para el pelo.

Olor a velas quemadas, rastros de vapor en la antesala del baño. Un bote de pastillas medio vacío tirado en el suelo.

Miauuuu, miauuu, un gato que llora dentro del baño. Está encerrado.

Rastros de sangre diluida en agua asoman por debajo de esa puerta sellada. Olor a muerte. Miedo en el corazón.

Se abre la puerta, griiiii, y un grito de horror sofocado sale de su boca.

Una mujer tumbada en la bañera, repleta de agua teñida de rojo, con la mirada perdida en el vacío y los brazos colgando. Rojo azulado en las muñecas, un cuchillo tirado al lado de la ducha, justo encima de la toalla negra con la que solía ducharse. El pelo seco, y el agua rebotando en sus nalgas, gotita a gota.

En un rincón el gato asustado. Rojizo por culpa del tinte de agua al que su ama le había castigado.

Cogió al gato, cerró la puerta tras de si, se sentó en el sofá, contribuyó al olor a cigarrillo apagado fumándose uno, un LM para ser exactos, se levantó, colgó los cuadros en su sitio, quitó el polvo, fregó los platos, recogió la ropa y la puso dentro de la lavadora, colocó bombillas en las lámparas, y llamó a la policia.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Insoportable lascivia del ser

Es sábado. Uno de esos sábados en los que uno no entiende por qué se compró un teléfono móvil hace tanto tiempo; hoy no le ha servido de nada. Están todos de viaje, así que es muy improbable, por no decir totalmente absurdo, que alguien llame para hacer algún plan.

No se ha quitado el pijama desde que se ha levantado, y le gusta. Ha leído durante horas, no sabe cuántas, y luego se ha acostado, a soñar.

Riing, riing, riing... insistentemente, y cada vez más estridente. Riiing, riiing, riing.
-¿Sí?
-Hola.
-Hola. ¿Te pasa algo amor? ¿Qué hora es?
-No sé, ¿las seis?
-Ah... uuupss... espera.
-¿Hace calor?
-No sé, ¿18 grados? ¿Por?
-Entonces vas ligera de ropa...
-¿Perdona? No sé, llevo un pijama, como siempre. ¿Estás bien?
-Sí, ¿por qué no iba a estarlo? ¿De qué color es el pijama?
-Mmm... ¡negro! ¿Qué te pasa?
-Nada, me acordaba de ti, siempre me acuerdo de ti, de tu piel...
-De verdad, ¿te ocurre algo?
-Sí, seré sincero, estoy cachondo... no hago más que pensar en ti, en tu piel, en tus pezones...

De repente tenía un calor absurdo, estaba empapada, contrariada, avergonzada, ruborizada, aturdida. No entendía nada.

Abrió los ojos. El televisor estaba en marcha, con una de esas películas que sólo ponen de noche, en las que lo más surrealista toma forma. Le estaba sonando el móvil, y no llego a tiempo a responder. Aquellos minutos en que uno se pasea dulcemente entre la realidad y la ficción, aquellos minutos en los que el ser es más vulnerable, le habían jugado una mala pasada. La llamada que estaba recibiendo se confundió con una conversación absurda de la película que estaban pasando en La Sexta.

¡Qué desilusión! Por una vez le hubiera gustado ser la protagonista de una llamada tan irreal como surrealista.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Grandes verdades (como templos)

No hago nada con mi vida.

Y sin embargo su vida estaba llena de: amor, diversión y salud. No enumeraré qué subapartados contenia cada categoría, porque la lista sería infinita.

¿No hacía nada con su vida?

Miedos absurdos

un disparo. Le había parecido el sonido más aterrador que jamás hubiera escuchado. A lo lejos. No se había atrevido a acercarse. Huyó. Salió corriendo despavorida. No se lo comentó a nadie, porque nadie debía saberlo, no en aquel barrio.

un chico grita desesperado. ¡Socorro! ¡No me hagáis daño! ¡Basta!
Nadie de los que pasean por la calle le presta la más mínima atención. A los que implora misericordia, no les importa en absoluto. Ni tan siquiera saben cómo se llama. Esa es su misión de hoy.

la prensa del día siguiente. Un café humeante que se quedará frío, al lado de un cigarrillo que se consumirá solo en el cenicero. La chica que no quiso ir, la que salió corriendo asustada, ésa, leía en el periódico que su mejor amigo había muerto en manos de unos chiquillos fanáticos al rol.