jueves, 18 de diciembre de 2008

Insoportable lascivia del ser

Es sábado. Uno de esos sábados en los que uno no entiende por qué se compró un teléfono móvil hace tanto tiempo; hoy no le ha servido de nada. Están todos de viaje, así que es muy improbable, por no decir totalmente absurdo, que alguien llame para hacer algún plan.

No se ha quitado el pijama desde que se ha levantado, y le gusta. Ha leído durante horas, no sabe cuántas, y luego se ha acostado, a soñar.

Riing, riing, riing... insistentemente, y cada vez más estridente. Riiing, riiing, riing.
-¿Sí?
-Hola.
-Hola. ¿Te pasa algo amor? ¿Qué hora es?
-No sé, ¿las seis?
-Ah... uuupss... espera.
-¿Hace calor?
-No sé, ¿18 grados? ¿Por?
-Entonces vas ligera de ropa...
-¿Perdona? No sé, llevo un pijama, como siempre. ¿Estás bien?
-Sí, ¿por qué no iba a estarlo? ¿De qué color es el pijama?
-Mmm... ¡negro! ¿Qué te pasa?
-Nada, me acordaba de ti, siempre me acuerdo de ti, de tu piel...
-De verdad, ¿te ocurre algo?
-Sí, seré sincero, estoy cachondo... no hago más que pensar en ti, en tu piel, en tus pezones...

De repente tenía un calor absurdo, estaba empapada, contrariada, avergonzada, ruborizada, aturdida. No entendía nada.

Abrió los ojos. El televisor estaba en marcha, con una de esas películas que sólo ponen de noche, en las que lo más surrealista toma forma. Le estaba sonando el móvil, y no llego a tiempo a responder. Aquellos minutos en que uno se pasea dulcemente entre la realidad y la ficción, aquellos minutos en los que el ser es más vulnerable, le habían jugado una mala pasada. La llamada que estaba recibiendo se confundió con una conversación absurda de la película que estaban pasando en La Sexta.

¡Qué desilusión! Por una vez le hubiera gustado ser la protagonista de una llamada tan irreal como surrealista.

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