lunes, 4 de agosto de 2008

AGUA ESTANCADA

Sudaba, como hacía tiempo que no sudaba. Se había pillado la mayor borrachera de los últimos tiempos el jueves por la noche, y todavía sentía los efectos del alcohol en su sangre; sobre todo, en su cabeza. Parecía que pequeños enanitos armados hasta los dientes con cuchillos hubieran decidido instalarse en sus sienes, acuchillándola a cada momento, haciendo presión para arrancarle las sienes.

Tum-tum, tum-tum, tumtum-tum..., era el único sonido que podía escuchar, el corazón se había desplazado de lugar. Ese órgano vital estaba en huelga, y se había ido a visitar a los enanitos acuchilladores que la torturaban.

La semana no empezaba siendo una de las mejores, pero esa era la tendencia en su vida desde hacía unos nueve meses aproximadamente; momento en el que decidió que había llegado la hora de entrar en el mundo de los adultos, y momento desde el que el alcohol y los porros se habían convertido en sus mejores aliados. Cada noche, antes de acostarse y revisar la baja productividad de sus jornadas, S. se tomaba un buen trago de Bourbon, y se liaba un “pitillo amoroso”, como los llamaba ella, para aliviar el mal estar que aquella decisión había traído consigo.

Sabía que no era la solución, pero se repetía continuamente que algún día aquella situación cambiaría; ella también tendría su merecido golpe de suerte. Pero hasta que esa suerte decidiera cruzarse en su camino, no dejaría ni el alcohol, ni mucho menos, los pitillos amorosos.

De la noche a la mañana, por motivos que ahora no vienen a cuento, S. perdió toda posibilidad de ver realizados sus sueños, y empujada por el alcohol, las drogas y una baja actividad sexual, decidió terminar sus días dentro de la estancadq agua de la piscina municipal. Bebió sin tregua toda una botella de su apreciado Bourbon, fumó una media de 4 porros –para atontar las neuronas y no hacerse atrás en su decisión, e ingirió una cantidad inhumana de barbitúricos.

Supongo que se lanzó al agua esperando que ocurriera un milagro, que alguien se diera cuenta de su miseria y la rescatara. Pero no fue así, y nadie la pudo llorar en su entierro, porque nadie sabía ya de su existencia.

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