domingo, 21 de diciembre de 2008

Polvo por doquier, ni rastro de un dedo pasado para comprobar que efectivamente ahí había polvo. Paredes desconchadas, ni rastro de una mano de pintura desde hacía al menos diez años. Lámparas sin bombillas, los cuadros descolgados en hilera en el suelo, castigados de cara a la pared, para que nadie pudiera adentrarse en la intimidad de quien en su día los colgó.

Un televisor roto, y la radio que emite ruido, ni rastro de una emisora, por poco digna que fuera. Un teléfono tirado en el sofá, al lado de un cenicero lleno de colillas. Olor a tabaco mal apagado.

Ruido de agua corriente. En la cocina el grifo está apagado. Una montaña de platos de la cena. Tal vez de una cena de hacía dos o tres días, el rojo del tomate estaba oscurecido, enganchado en los bordes de un plato rebañado con pan, pues se apreciaban las migas. Dos o tres tazas de café, con azucar pegado en el fondo, y una botella de ron vacía.

Ropa tirada en el suelo: unos calcetines blancos mugrientos, unas braguillas rojas y un sostén negro de encajes; unos pantalones de pijama, una camiseta vieja, y una goma roja para el pelo.

Olor a velas quemadas, rastros de vapor en la antesala del baño. Un bote de pastillas medio vacío tirado en el suelo.

Miauuuu, miauuu, un gato que llora dentro del baño. Está encerrado.

Rastros de sangre diluida en agua asoman por debajo de esa puerta sellada. Olor a muerte. Miedo en el corazón.

Se abre la puerta, griiiii, y un grito de horror sofocado sale de su boca.

Una mujer tumbada en la bañera, repleta de agua teñida de rojo, con la mirada perdida en el vacío y los brazos colgando. Rojo azulado en las muñecas, un cuchillo tirado al lado de la ducha, justo encima de la toalla negra con la que solía ducharse. El pelo seco, y el agua rebotando en sus nalgas, gotita a gota.

En un rincón el gato asustado. Rojizo por culpa del tinte de agua al que su ama le había castigado.

Cogió al gato, cerró la puerta tras de si, se sentó en el sofá, contribuyó al olor a cigarrillo apagado fumándose uno, un LM para ser exactos, se levantó, colgó los cuadros en su sitio, quitó el polvo, fregó los platos, recogió la ropa y la puso dentro de la lavadora, colocó bombillas en las lámparas, y llamó a la policia.

3 comentarios:

Paul Spleen dijo...

Oye, me ha gustado mucho este relato. El detalle del final, de arreglar un poco la casa para que el mundo no supiera el desorden en el que vivía la muerta, me ha parecido muy grande. Un besote.

Miserias del traductor dijo...

@Paul
Gracias corazón!! Pensé que te habrías olvidado de mi y de mi blog durante estas fechas navideñas, en mi caso, pasadas por nieve!!!
Un besote, grande!!!!

Elisa dijo...

me gusta!!!