domingo, 27 de julio de 2008

In memoriam

Todo lo que la rodeaba desaparecería en cuestión de días. No sabía con certeza todavía cuántos días quedaban para que todo cayera en el olvido.


Al entrar en su reino, sintió una tranquilidad absoluta, y no sintió miedo, al contrario, sintió fantasia. Lo que la rodeaba no era gran cosa, pero había sido su espacio durante casi 4 años, y lo adoraba. Tal vez había momentos, guardados ya en el cajón trasero de la memoria, que no habían sido tan placenteros, ni dignos de recordar. Pero esas cuatro paredes la habían acompañado taciturnamente durante sus hazañas; la habían visto crecer.


J. tenía sólo 19 años cuando lo vio por vez primera, y ahora ya contaba con 23. Un año, en la vida de alguien que puede llegar a vivir ochenta y tantos, no es nada. J. recordaba con lucidez aquellas conversaciones al rededor de una buena cena, en las que T. le contaba sobre la evolución de la especie. ¿Por qué sentía curiosidad por esas conversaciones? Al fin y al cabo, T. hablaba largo y tendido, de cosas que J. no se había planteado jamás. Tal vez echaría en falta esas cenas, tal vez no. J. se despedía de todo, inclusive de T.


J. cerraba un episodio de cinco años de su vida y, como muestra de ese cambio, la larga melena que J. había dejado crecer pacientemente, se caía al suelo un sábado por la mañana, amontonándose, como se amontonaban sus recuerdos de esos últimos cinco años. J. estaba convencida de que le esperaba una vida mejor, llena de alegrías. Se había mudado alguna que otra vez, pero nunca la sensación de liberación había sido tanta. J. había trascurrido cierto período de tiempo en la península itálica, pero tampoco aquella vez, al marchar, sintió que nada fuera a cambiar; simplemente era un puente. Pero ahora..., ahora era algo más que eso: J. pasaba página, recogía todas sus cosas, abandonaba todo y se iba a otro lugar, lejos de los recuerdos, lejos de los viejos tiempos.


Tal vez, seguro, echaría de menos a ese niño pelirrojo con el que suele frecuentar. ¡Ellos sí que se han visto crecer! ¡y cambiar! J. tenía la sensación de que R. la había moldeado, pero en realidad, se habían moldeado mútuamente, hasta el punto de confundirse, de complementarse, de acompañarse incluso cuando la distancia entre ambos era infinita. Lágrimas desde el otro lado del océano era una frase que no olvidaría jamás. Por ella salió corriendo bajo la lluvia con un único destino: la compra de una tarjeta internacional que le permitiera ponerse en contacto con su amigo R., y no lo consiguió; almenos hasta una hora más tarde y tras haber perdido su paraguas azul, tan necesario en esa ciudad provinciana de la Emilia Romaña donde J. moraba.


J. había llegado a casa, y al querer disfrutar de su noche a solas consigo misma, había puesto su cedé de chill out más preciado, había encendido unas velas que configuraban un triángulo bien dispuesto, y había abierto una botella de Rioja. Degustaba su ensalada, en la que había puesto queso brie -aquél queso que, desde la marcha de P. no visitaba mucho la nevera de aquella casa-, y sintió la necesidad imperante de escribir este relato, que dedico a algunas de las personas importantes que me han acompañado en mi periplo.

Os echaré de menos.


J.

No hay comentarios: